Así como
aprendí a amarte,
entre el
mundanal ruido,
mi corazón
saltaba en mi pecho,
al rose de
tus manos en las mías,
aprisionabas
mi cintura,
tu piel
adivinaba mi turbación.
Pero aprendí
a olvidarte, lentamente,
en el vaivén
de las olas y el baile
de los árboles
del bosque.
El viento
que cierra mis ojos,
la lluvia
que humedece los caminos,
borra mis
huellas, la chimenea
que antes
crepitaba, permanece
en un triste
silencio.
Recuesto mi
cabeza en una almohada vacía,
con mis
cabellos desparramados, quietos.
Shedar