Sólo un instante… un arpegio de palabras,
casi sólo insinuado, tan suave que no te diste tiempo
de escuchar, ¡ay! sufrieron mis pies siguiendo tus falsos pasos,
mi voz a tu oído no llegó
ni para titulo de un sueño tuyo alcanzó,
no miraste esta pequeña hoja de hierba
que despreciándola me pisaste
y aunque casi muerta… ¡Dios!
¡Sentí el dolor de tu mentirosa voz!
Hoy comienzo a levantar mi muralla
que estúpida destruí por ti
y que con lluvia de mis ojos y sangrante el alma
trabajo con denuedo reconstruyéndola para mí.
¡Qué tonta fui!
Mezclo mi llanto con el aire, las nubes, los mares y la tierra,
sellando mi muralla, para que tus mentiras
no vuelvan a mí ser tristemente horadar,
pues el dolor causado no podrás borrar.
Y yo daría mil escusas, si fuera necesario
para que mi alma humilde reparara un daño causado,
porque soy más que lo que alguna vez viste
entre mi cintillo y mis tacones.
Porque mi amor no es para un ente triste,
son para el alma cariñosa que quiero
y mi respeto le debo
¿Qué fui me vuelvo a preguntar?
Busco en el eco de la niebla una respuesta
ni una hojita, ni naciente ni seca me responde,
y en complicidad se humedece mi rostro
en una noche sin estrellas y sin luna,
porque me dejaste vacía el alma
de tus te quiero y tu ternura…
¡No, no! ¡Bah, Vacía no!
Llenita de tristeza diría mejor, pero…
Por lo menos me queda el consuelo
que te di amor, sin escusas, sin mentiras y con valor,
nacidas de esta alma que te llevaste y que ya no es mía.
Ya nada importa si te has marchado…
Aunque ahora esté recogiendo ahogada en llanto
con mis manos vacías, mi corazón destrozado.