Escribía el
poeta en las últimas hojas
de un ajado
cuaderno, su pluma por instantes
tenía alas,
el bullicio que entraba por la ventana
volatilizaba
sus pensamientos.
Sus ojos
cansados se dirigieron a la calle,
las bocinas
del transporte hastiaban sus oídos,
cierra la
ventana y la nostalgia de sus ojos
se hacía
evidente… Toma un sorbo de café,
enciende un
cigarrillo, su pluma escribe
centrándose
en el poema, pero se detiene
nuevamente…
sus ojos se pierden fijos,
insondables,
una lágrima rueda por su mejilla
acariciando
su piel, la seca con su mano,
soltando la
pluma sobre la hoja,
escribe su
corazón del dolor que explota
al
recordarla.
Ya no le
importaba el tiempo,
ni si su
reloj marcaba las horas.
Ya su piel
se despedía del alma,
del brillo
de sus ojos la luna
ya se había
apoderado.
Sus letras decían…
te amé tanto,
que en este
último suspiro
están tu
alma y la mía que te abrazó
una noche
sin que tú supieras,
y para que
de mí nunca te fueras
abracé tu
alma amor.
Sí, para que
de mí nunca te fueras.
Shedar