Estaba frente a ella
con su boca de desierto,
su lengua no podía estimular
el sentir de su corazón,
y bajó su vista al suelo,
pues enfrentar, no era lo suyo.
El alma de ella brillaba silente
a la espera de un perdóname sincero,
pupila a pupila, corazón a corazón.
Pero los ojos de él permanecieron ciegos,
tal como su cerebro, que no pudieron beber
de su alma la lluvia que le daría vida,
quedándose sin poder hurtar
lo que de antes ya le pertenecía.
Permaneciendo con su boca seca
de la palabra perdón.
Shedar